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La represión del Tibet a unos meses de las Olimpiadas sitúa a China en un predicamento: ceder ante los insurgentes para evitar el boicot de varios países a los Juegos Olímpicos y alentar así la rebelión de otras regiones separatistas o desatar toda su fuerza contra los rebeldes. Si opta por esto último y Estados Unidos con la Unión Europea persisten en sus presiones, China podría dar un paso extremo: cancelar las Olimpiadas.
¿Imposible? No. La República Popular solo teme una cosa: el separatismo de sus regiones, que llevaría a lo inimaginable: la fragmentación de China y una crisis política de consecuencias globales.
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